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Sin falta de caballerosidad, este sábado le di plantón a la Dama para centrar mi atención en otro habitante del bosque, como es el Duende y en lo que nos reservaba la primera batida de corzo en Cantabria de la temporada.

Y quizás te ahorre unas líneas si te adelanto que mis lances se redujeron a cero, pero debo reconocer que fui con ganas y volví satisfecho.

 Cuando las balas silban en el puesto de al lado…

Sobre la una y pico del mediodía había finalizado esta primera batida de corzo en Cantabria y volvía pensando en el coche que cuanto mejor me hubiese ido siendo fiel a la sorda y en compañía de Figo y Crono.

Pero el pensamiento fue tan efímero como errado, pues si bien es cierto que me fui como llegué, sin grandes historias que narrar, lo cierto es que me lo pasé bien, disfruté del monte, de un idílico puesto con unas espectaculares vistas a la montaña cántabra, del calor de la caza en cuadrilla y también, claro, de esas ladras y levantes que tanto me excitan y que normalmente anuncian un inmediato lance, aunque en esta ocasión no llegara a pronunciarse.

Y tan pronto me di cuenta del error, pensé…

¡Qué leches!. Esta batida de corzo en Cantabria merece un post, que además últimamente no he compartido ninguna de mis peripecias cinegéticas.

Batida de corzo en Cantabria | Cuaderno de Caza
Primeros lances en la batida de corzo en Cantabria…

Por mi aún escasa trayectoria en la caza mayor, todavía no me siento con la suficiente confianza para garantizar si un puesto es bueno o malo a simple vista, pero en esta ocasión me aventuré a decirle al compañero…

¡Hoy vamos a ver corzos!

Cierto es que partía con la ventaja de que el monte en que discurrió esta batida de corzo en Cantabria lo conozco como la palma de mi mano.

También es verdad que la densidad de corzos en esa zona es enorme…

Pero no se debía a nada de esto, tenía un pálpito y se cumplió, con más fortuna para el compañero que para mí, pero se hizo realidad.

Y es que no llevábamos una hora en el monte y ya había escuchado «silbar» unas cuantas balas al lado mío, entre tanto yo me mantenía en la tensión de un posible fallo que me concediese una oportunidad que no llegó.

Fallar falló, de hecho, ocurre en las mejores familias, pero los bichos renunciaron a probar suerte de nuevo y supieron escabullirse por la parte superior de la cabecera de encinas que quedaba a mi espalda.
 

Un raposo, dos banditos de palomas y un par de corzos paseando…

Transcurría la mañana y allí seguía en mitad de la braña, quietecito, atento al mínimo chasquido que delatase la cercanía del Duende, sin hacer ruido y mirando de reojo a unas nubes negras que amenazaban agua a borbotones.

Para entonces el compañero se había desquitado de sus fallos logrando abatir un preciosa corza que después cargamos hasta el coche.

Y en esas, mientras apuraba los últimos sorbos de un café al que soy incapaz de renunciar, por mucho que su aroma me delate, vi salir un raposo como quien no quiere la cosa y cruzar la pradería hasta la orilla de las hayas de enfrente sin percatarse de mi presencia.

Pensé en apuntarle y restarle bajas al cabrero, que este año le ha dado el pésame a varias crías, pero luego recordé aquello de que «por donde pasa el zorro, detrás va el jabalí» y me dije…

Lo mismo también es válido para los corzos.

Y se ve que si, porque a los 30 minutos salieron dos corzos del mismo lugar, tan tranquilos como quien camina por el Paseo Pereda observando la bahía y sin abandonar el trote parsimonioso, se perdieron por la misma trocha que previamente había utilizado el zorrete.

Al final va a ser cierto que las especies tienen ese famoso “calendario venatorio” y saben cuándo deben luchar por salvaguardar su existencia y cuándo pueden permitirse el lujo de vacilarte sin rubor alguno.

Que más o menos es lo mismo que debieron tener en cuenta dos pequeños bandos de torcaces que vinieron a posarse a pocos metros de mi postura…

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